Pero la realidad es tan distinta.

No hubo magia para mí, no hubo paisajes góticos ni noches de temor. No hubo adrenalina ni misterio.

Una noche me desmayé, y ahora soy lo que soy.
Un monstruo perdido y confundido.
Por primera vez, siento en cada centímetro de mi ser el significado de la verdadera soledad... y da vértigo.

Carmen

Carmen

15 nov 2010

Primera parte (6)

Llamé al hospital para hablar con el otro médico que tenía apuntado, y mantuve una breve conversación con él, pero no merece la pena transcribirla porque apenas me aportó nada nuevo.
Era un hombre nervioso y parecía bastante incómodo al hablar del tema, o esa fue mi impresión a través del teléfono.
Él estaba convencido de que se trataba del Síndrome de de Hermansky-Pudlak, pero no podía explicarse por qué no se le habían presentado los síntomas hasta tan avanzada edad. Según lo que me explicó el doctor sobre esa enfermedad, podría explicar el tema de la pérdida de sangre pero la intolerancia a la luz era propia de otro tipo de enfermedades que no suelen darse simultáneamente a ésta.
Obviamente, cuando colgué, investigué todo lo que pude sobre el Síndrome de Hermansky-Pudlak; y puesto que esto es un ensayo para ordenar mis ideas, voy a resumir aquí de qué va esta enfermedad.
El Sindrome de Hermansky-Pudlak (HPS) es un tipo de albinismo que incluye síntomas relacionados con la sangre y los pulmones. HPS también puede incluir enfermedades inflamatorias de los intestinos ó de los riñones. Estos problemas varían en intensidad de persona a persona. Como a los profesionales de la salud se les hace difícil reconocer HPS con exámenes normales de sangre, es importante promover el conocimiento sobre este síndrome. Cualquier niño con albinismo que fácilmente muestra moretones, sangra inusualmente de la nariz o muestra diarrea con sangre se debe sospechar que pueda tener HPS.
Los problemas de HPS resultan de un mal funcionamiento de las plaquetas sanguíneas. Estas son las células pequeñas que se juntan y tapan los canales que contienen sangre y que son dañados en cortaduras, raspaduras, y moretones. Las plaquetas sanguíneas carecen de cuerpos gruesos. Esto es lo que se necesita para que las plaquetas sanguíneas se queden juntas y contengan las substancias químicas necesarias.


También encontré por internet que la enfermedad no se puede diagnosticar en hospitales, clínicas o laboratorios usuales, sino bajo un microscopio de electrón.
Esta enfermedad afectaba a los intestinos provocando inflamaciones que producen grandes dolores y una gran pérdida de sangre; dificultades pulmonares importantes y, algo que no se sabía hasta hace unos años, el gen identificado en el cromosoma 10 como causante de la enfermedad, provoca el envejecimiento de las células controlando la producción de proteínas de las membranas interiores de éstas.

La chica… aún no sabía el nombre de la protagonista de mis obsesiones. Los médicos no habían querido dármelo, no les está permitido, supongo, y en el libro no venía.
Esa noche me dormí eligiendo un nombre para ella.

10 nov 2010

Primera parte (5)

- Vale, aunque no es mucho. La chica entró aquí como una chica con una anemia descomunal pero a fin de cuentas normal. Poco a poco fue como si se estuviera muriendo por nada, y no éramos capaces de pararlo. Era como, si algo se la estuviera comiendo por dentro, pero estaba limpia. De hecho, cada vez más limpia, porque lo vomitaba todo, fluido que entraba en su cuerpo, fluido que expulsaba de alguna manera. Sangraba mucho por los ojos, cada vez que lloraba.
Y bueno, comía con avidez pero luego lo vomitaba sin remedio, mezclado todo con sangre. En definitiva, su cuerpo no toleraba nada, nada en absoluto. Lo intentamos todo, te lo prometo. Cada noche soñaba con ella, era un reto, pero sobretodo nos sobrecogía su sufrimiento. Al final tenía la mirada de las personas que van a morir. Pero contra todo pronóstico, no se moría. Nunca he visto una lucha así en todos mis años de carrera. Las pruebas seguían saliendo normales, pero diferentes cada vez. Su cuerpo cambiaba por dentro, y todo lo que hacíamos no surtía efecto, era completamente inútil.
Cuando estaba lúcida, tenía unos momentos de calma en los que hablaba un poco con su madre y nos miraba con mucha pena, y luego se empezaba a volver como loca como si le doliera a rabiar el estómago, y nos atacaba. Descartamos todas las opciones, incluida la rabia. Parecía un conjunto de todas las enfermedades.
Al final acabó atada a la cama y completamente sedada, aunque parecía generar una resistencia porque cada vez se espabilaba más.
- Vaya, parece que le afectó bastante.
- No tenía mucho más que tu edad cuando entró aquí, tendría unos veinte años, y yo tenía treinta y dos, fue bastante impactante. Fue como si su organismo se estuviera matando a sí mismo. Y eso es lo que hubiera acabado pasando, si no hubiera desaparecido. Probablemente fue lo que acabó pasando, dondequiera que fuera a parar.
- Espere, ¿desapareció?
- Se escapó, o eso es lo que creemos. Una madrugada acudimos a los gritos, cuando llegamos la madre estaba llorando desconsolada, las correas de la cama rotas, y la ventana abierta. La madre dijo que le había dado un ataque de ira de los más fuertes y había saltado por la ventana, tenía una herida en la cara por tratar de detenerla.
- Pero, si se había tirado, habría caído abajo y habría muerto, ¿no?
- Sí, eso hubiera sido lo lógico.
- ¿Pero...?
- Ahí se acaba la historia, no sabemos nada más, era la segunda planta, se podría romper las piernas al saltar, pero también podría haber escapado.
- Vaya. Bueno supongo que ya me lo ha contado todo... si se acuerda de algo más, ¿me podría llamar?
- Claro guapa, apúntame tu número ahí. Espero que te haya servido de algo.
- Sí, la verdad es que me ha dado un par de datos nuevos, que es más de lo que se puede pedir de un caso antiguo.
Después de pagar, cuando ella ya se disponía a ir hacia el ascensor y yo hacia la puerta, me dijo.
- Lo único que creo que se me ha escapado decirte, es que además de a la comida, tenía intolerancia a la luz.
- ¿A la luz?
- A la luz del sol, la eléctrica, a cualquier luz fuerte, tuvimos que graduar la luz de su habitación para que no le molestara, y aún así las reacciones cutáneas eran terribles. Las quemaduras que le salieron en los brazos y la cara eran de segundo o tercer grado en tan sólo unos segundos de exposición.
Hay enfermedades que tienen esos síntomas, pero tampoco funcionó la medicación para eso.
- Vaya... eso es muy interesante, ¡muchas gracias!
- De nada, que te vaya bien el trabajo, hasta luego.
- Adiós.

Con una grabación exquisita y un millón de ideas en mi cabeza llena de fantasía, me volví a casa en autobús, bullente de emoción y nervios, deseando transcribir mi entrevista.

Primera parte (4)

- Hola, verá soy una alumna de medicina – << ¡mentirosa! >> - y estoy haciendo un trabajo sobre un caso que sucedió en este hospital hace diecisiete años, me han dicho que puede que usted lo conozca.
- ¿Qué caso?
Le mostré el libro abierto.
Leyó unas líneas, y, como el médico de antes, no le hizo falta más.
- Sí, yo la atendí también - se había puesto bastante seria -.
- ¿Le importaría hablarme sobre ella, doctora?
- Soy enfermera, no doctora, y bueno, no me importa charlar un rato, ahora estaba en mi descanso. Ven, vamos a la cafetería.
La seguí con una sonrisa, y mientras bajábamos a la cafetería, me preguntó:
- Una cosa, ¿Quién te ha mandado a mí?
- El doctor Mariano Guerrero.
- Cómo no.
Emitió un sonido de cansancio y mantuvo los labios apretados hasta que se sentó en la mesa de la cafetería y dejó escapar un suspiro.
- Bien... ¿qué quieres saber?
- Bueno, verá, este es su diario. Lo que esta muchacha escribe aquí es cómo se iba sintiendo y los síntomas que podía identificar, pero estoy estudiando medicina y necesitaría saber cosas más clínicas sobre el caso.
- ¿Por qué has elegido este?
- Pues porque el trabajo consiste en casos sin resolver y no he encontrado otro más raro.
Sonrió. Bien, que la gente sonría es bueno, se relaja y está más receptiva.
- ¿Quieres datos médicos sobre esa chica? Bien, los tienes casi todos en su diario, probablemente. Ella seguro que sabría más sobre su enfermedad que los propios médicos.
- ¿Cómo?
- Como lo oyes. A día de hoy no sabemos qué le pasaba. Al principio parecía un problema de tensión y de anemia, por los desmayos y la debilidad.
La ira que esa chica experimentaba, tenía que ser producida por algún dolor interno muy agudo que no lográbamos identificar, en todas las radiografías iniciales, en todos los análisis, parecía normal. Al menos los primeros días.
En realidad ninguno de sus médicos hemos vuelto a hablar de ella. Es el caso más frustrante de nuestras carreras, es nuestro fracaso más reluciente.
- Entiendo. Pero en su diario habla de algunas cosas que os escuchaban decir sobre su estado, como la alteración de composición de su sangre, o la bajada en picado de defensas y vitaminas a pesar de que estaba recibiendo todo lo necesario vía intravenosa.
- Sí, tratábamos de darle datos concluyentes a la madre, pero era imposible, no teníamos ni idea de lo que pasaba. Lo de la sangre, bueno, la verdad es que todos estábamos totalmente perdidos, le cambiaba, cada día tenía menos glóbulos rojos, una sangre más espesa, y cada vez menos sangre, no sabíamos a dónde iba a parar, aparte de los vómitos.
- Cuénteme su impresión, yo lo grabo y a ver que puedo sacar.

9 nov 2010

Primera parte (3)

Cuando ya noté que prácticamente me sabía de memoria las palabras de mi pequeña enferma, decidí buscar más sobre ella.
En el libro tan sólo se especificaba la fecha y localización del caso, pues venía explícito en el propio texto, pero ella misma me daba más datos, como por ejemplo el hospital donde estuvo ingresada.
Le pregunté a Lorena que si en su carrera podían acceder a historiales o casos antiguos de algún hospital. Ella me miró con cara de conejo y me dijo que si creía que esto era como las universidades de la tele mientras se reía. Cómo yo la miré muy seria, me dijo que bueno, que podía preguntarle a algún profesor la información que quería, que qué necesitaba.
- Quiero más información sobre el caso del libro que me diste.
- Ah, vale pues dime los datos que tengas, le pregunto al profe de microbiología que trabaja en el Hospital Civil a ver qué me dice, es lo bastante viejo para haberla conocido y todo - dijo entre risas, ella siempre tan divertida -.
- ¡Gracias, tía! Es que es súper interesante.
- Sí, a mí también me llamó la atención, pero sabía que a ti te encantaría, es "muy tú".
No supe muy bien qué quiso decir con eso, pero me callé.
- ¡Por cierto! ¿Lo has devuelto ya? Que se te acaba el plazo y me sancionan a mí, y te mato.
- No te preocupes por eso.
Ese mismo día fui a la biblioteca. Lo devolví, y lo volví a alquilar con mi nombre. Y ya no pensaba devolverlo.
El profesor de Lorena le dijo que era probable que los médicos de ese caso todavía estén en activo, y que podrían quedar algunos en el Hospital Civil, pues era un caso relativamente cercano, él mismo llevaba veinte años en ese hospital y le sonaba algún caso parecido.
Le dio el nombre de algunos médicos colegas de él, y le indicó que fuera de su parte, que la atenderían.
El recado pasó a mi tal cual, y tal cual me presenté yo en el hospital al día siguiente.
En el papel que me había dado Lorena habían apuntado tres nombres: Mariano Guerrero López, María Belén Yedra García y José María Fernández Sierra.
Dos médicos y un anestesista, los tres fijos en el Hospital Civil desde hacía treinta años, así que ya estaban creciditos en el momento de llegada de mi chica.
Llamé al hospital, y cogí cita con el doctor Mariano, diciendo que iba a través de un seguro privado que no tengo.
Cuando llegué al hospital, le expliqué al doctor la situación.
- Verá, en realidad no estoy enferma, y no voy a quedarme a la consulta para no ocupar tiempo de otro paciente, sólo quería preguntarle si conoce este caso, es por la universidad.
- Sabes que puedo cobrarte este tiempo, ¿verdad?
- Sí, bueno, si quiere me marcho, solo échele un vistazo.
El doctor agachó la cabeza hacia el librito, y luego bajó los ojos que había mantenido fijos en mí.
Cuando leyó unas líneas, me contestó.
- Sí, lo conozco, yo era uno de sus médicos.
- ¿Podría hablar con usted en algún momento para que me contara algo del caso? Es que tengo que hacer un estudio para la universidad sobre él...
- No sé, eso fue hace mucho tiempo, no sé que puedo contarte que te sirva.
- Por favor, no le robaré mucho tiempo.
- Mira yo no me acuerdo de mucho. Habla con María Belén Yedra, ella está trabajando en planta, debe estar ahora por allí, seguramente recordará mejor esos tiempos.
- Vale, muchas gracias por su tiempo.

Salí de la consulta algo frustrada, con la sensación de derrota que producen las personas frías y antipáticas.
Había siete plantas de habitaciones en ese hospital, según el cartel que había en la pared. En la era de la información, me parecía un poco absurdo recorrérmelas todas en busca de la doctora.
Así que me acerqué a recepción y pregunté. Le dije a la señora que era una sobrina de la doctora, que acababa de llegar a la ciudad y venía a saludarla.
- Está esta tarde en la tercera planta, bonita.
- Muchas gracias, hasta ahora - le dije con una sonrisa de oreja a oreja -.

"Pues qué fácil es entrar aquí, cualquiera está seguro hoy en día". Me monté en el ascensor sintiéndome toda una investigadora televisiva, y pulsé el botón tres.
Las plantas estaban compuestas de dos pasillos, con habitaciones a un lado, al otro, y en mitad separando los pasillos. En medio del todo, estaba la recepción de la planta con su pequeño almacén para las enfermeras y médicos.
Allí había varias personas, y me acerqué a preguntar por María Belén.
Una mujer me miró fijamente. Era rubia, madura pero joven, yo no le pondría más de cuarenta años. Llevaba el pelo recogido en una coleta baja y tenía unos ojos no muy grandes pero bastante expresivos. Parecía una persona agradable, y me contestó enseguida.
- Soy yo.

8 nov 2010

Primera parte (2)

Di con el diario un día de mi segundo año de carrera. Eran las doce de la mañana y llevábamos diez minutos esperando que llegara el profesor, cuando alguien fue a conserjería a preguntar. Al volver e informarnos de que el profesor había faltado, recogimos nuestras carpetas y nuestros respectivos cabreos y nos fuimos cada uno donde le pareció conveniente alabando la profesionalidad de nuestra facultad. Yo me fui con un compañero a la facultad de medicina, a desayunar con otra amiga que estudiaba allí.
Cuando la conversación derivó en literatura, mi amiga, Lorena, se llamaba, me dijo:
- ¡Por cierto! Tengo un libro que seguro que te interesa, Carmen. El otro día en la biblioteca estuve buscando casos sin resolver y encontré este libro, me pareció lo suficientemente literario para ti.
Esa fue la primera vez que vi el libro, cuando Lorena lo sacó de su bolso y me lo dio. Una edición más bien pequeña que contenía una serie de casos de enfermedades muy raras y sus testimonios.
Lo miré con desconfianza.
- ¿Tú crees que me voy a poner a leer enfermedades raras, tía?- le dije entre risas-.
- No, pero mira – se puso a buscar entre las páginas – aquí.
Entonces leí las primeras frases del diario.
- ¿Me lo prestas? -.
- Claro – se reía Lorena – bueno yo no, te lo presta la biblioteca, y tienes un mes guapa, que lo he alquilado con mi tarjeta -.


Así cayó en mis manos el objeto que habría de cambiar mi vida para siempre.




La noche de aquel mismo día, metida ya en la cama, cogí el libro y empecé a echarle un ojo.
Era un gran documento sobre enfermedades que en su momento no habían sabido explicar, es decir, los detonantes y ejemplos de todas las supersticiones y leyendas.
Algunos casos los pude identificar, pues con el tiempo habían surgido más víctimas y al final se podía decir que eran enfermedades conocidas.
Pero algunos otros, como el de mi pequeña desesperada, no habían podido solucionarse jamás.
Me leí todo el capítulo esa noche, y cuando cerré el libro, me sentí completamente fuera de lugar.
Algo había cambiado, estaba en el aire. En alguna parte, una pluma comenzaba a escribir rápidamente otro destino que no estaba previsto para mí.
Casi pude visualizar la tinta rasgando el papel de mi vida, la arena secando un sino que aún no podía adivinar.
Pero sí, sabía que algo había cambiado. Y no estaba equivocada.
Durante los siguientes días apenas podía pensar en otra cosa, la pequeña enferma me había atrapado, quería saber más, quería saber qué fue de ella, si se curó, si murió, si lograron averiguar qué dolencia tenía.
Quizá mi empatía con esa joven tenía mucho que ver con mis propias experiencias. No he tenido un pasado precisamente tranquilo; mi padre es un hombre bastante simple, tranquilo, trabajador, un poco mediocre; mi madre desapareció cuando yo tenía 15 años y no me apetece mucho hablar de ese tema.
No tengo hermanos. Ni mascotas. He estado bastante sola toda mi vida y la verdad es que una se acostumbra, aprendí muy joven que la compañía siempre es temporal y que no por eso la tenía que disfrutar menos.
En definitiva, siempre me he ocupado de mis problemas de personalidad antes que de los exteriores, y cuando los exteriores han sido jodidos de verdad, mi personalidad estaba preparada para ellos.
Por esa soledad crónica que reina en mi subconsciente -incluso cuando estoy acompañada- creo que me gustaba especialmente este caso.
Sentía todo ese dolor, ese aislamiento total, como un recuerdo propio. Pronto se convirtió en tal, de tanto leerlo.

Primera parte

Me encanta leer libros sobre vampiros.
Muestran una realidad alternativa, mágica, glamorosa y deliciosamente decadente. Hacen que desees con todas tus fuerzas formar parte, morir para la sociedad que conoces, rebelarte contra todo lo establecido, hacen que tu vida parezca tan sólo un aburrido cúmulo de problemas y quehaceres que te conducirán entre dolores y sufrimientos al mismo lugar que a millones de personas como tu: la muerte, simple y fatal.
Ah, me encanta leer esos libros.
Tanto que creo que me los he leído todos, más buenos y más malos, más realistas y más fantásticos, más filosóficos y más eróticos. Documentales, archivos antiguos, biografías de personajes que fueron acusados de vampirismo. La gente de mi entorno me dice que estoy obsesionada y que al final me pasará factura. Empecé a ir al psicólogo, me dijo que acabaría perdiendo mi contacto con la realidad y que mezclaría mi obsesión con mi vida real, y que al final acabaría con alguna patología paranoide.
Dejé de ir y empecé a estudiar la carrera de Traducción de lenguas antiguas, y ahora estoy haciendo un master en Documentación. Toda mi vida gira en torno a lo mismo.
Pero aún no he perdido del todo la visión de la vida real, tengo amigos, salgo, me relaciono, visito a mi madre y practico el sexo esporádico. No hay grandes dramas hoy por hoy en mi vida, aunque los hubo, y puedo centrarme en mi tiempo libre en lo que realmente es mi pasión y la fuerza motor de mi entusiasmo vital: el vampirismo.
La superstición humana ha llegado a grados inverosímiles, desde matar gatos negros a crear religiones con miles de millones de seguidores, y el vampirismo es una de ellas; sin embargo, a mi me parece una de las más exquisitas metáforas de los vicios y miedos del hombre que he podido estudiar, una demostración de ingenio y talento maravillosos en todas las épocas de la humanidad, una creación literaria y religiosa que ha surgido de forma independiente en el espacio y en el tiempo, desde las supersticiones de la antigua Grecia a las leyendas de la Europa del Este, pasando por la literatura precolombina.
En fin, he realizado mucho estudios y he leído muchísimo, pero siempre era por placer, una obsesión fantástica, sin confusión con la realidad. Para mí el vampiro siempre ha sido un concepto, uno delicioso, pero nada más.
Al menos, hasta que este diario cayó en mis manos.
No creo en la casualidad, simplemente pienso que todas las circunstancias fueron en un momento las idóneas para que yo diera con él, y nadie más que yo, pues nadie más que yo iba a valorarlo como el testimonio que es.
Quizá si hubiera caído en manos de otra persona, un historiador, por ejemplo, o un médico, habría leído y estudiado el diario como una huella importante para su ámbito de trabajo, pero yo lo leí y vi un rico testamento lleno de datos reveladores en una mente llena de vampiros.
Es por eso que he decidido conjuntar en un mismo escrito todo lo que he podido averiguar sobre el libro y sobre la historia de esta joven, ya que en este momento de mi vida, he llegado a un punto muerto en el que avanzo de una manera muy lenta.
He buceado hasta lo más profundo, desvelando todos los secretos que se me han ido presentando, iluminando todo lo que me he ido cruzando sobre esta historia, pero la presión es más fuerte cuanto más hondo nadas, y en este momento el agua es tan densa que creo ver un fondo al que no puedo llegar.
Por todo ello, dejo aquí constancia de mis avances, por si leerme a mí misma me ayuda a topar finalmente con el resultado, o por si alguien más puede terminar algún día esta historia por mí.
No tengo mucho talento literario para estructurar una buena narración que merezca la pena ser leída, pero lo haré lo mejor que pueda dentro de mis conocimientos y posibilidades. Así que, ahí va.

Querido diario...

29 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga


Llevo todo este tiempo inconsciente. Por lo visto el último día que escribí tuve un ataque y me arranqué los tubos de la respiración y del suero y todas esas cosas, y ataqué a mi madre.
No recuerdo nada y estoy muy consternada, apenas puedo escribir pero quiero aprovechar este momento de lucidez que tengo ahora.
Siento como si estuviera vacía por dentro, no tengo espejo pero veo mis manos arrugadas y de color ceniza, creo que estoy peor, pero ya el dolor es un pitido constante y monótono en mi cabeza, y mi cuerpo creo que se está acostumbrando.
Pero apenas puedo moverme, estoy muy débil. Creo que me queda poco…

Querido diario...

22 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga


Ayer no pude escribir, no tuve ni un momento de paz. Al menos, no del tiempo que estaba despierta, porque estuve sedada casi todo el día.
Hoy dicen los médicos que me van a dejar recibir algunas visitas, porque no me dan muchos días más de vida, y quiero despedirme de mi gente.
Realmente morir se ha convertido en una idea apetecible desde que padezco estos dolores, y cada día más.
Es curioso como se rinde el ser humano, cómo el cuerpo puede hacer desear a la mente algo que nos aterra tanto a lo largo de toda la vida.
Pero es una realidad, siento como mis órganos se contraen y se mueven, revelándose contra algo que no pertenece a mi cuerpo; despierto sobresaltada sintiendo los poros de mi piel cerrarse y mi sangre coagularse en mis venas, en mis pulmones.
Cuando tu cuerpo empieza a descomponerse, es mejor estar muerto.
Si no fuera por el hambre y el ansia que siento, estaría perfectamente lúcida, y eso es horrible. El caso es que hoy no me duele tanto el estómago, quizá una nimia diferencia, pero noto que ya no me pongo tan violenta. Ya no sé si eso es bueno o malo, si algún día remitirá mi enfermedad o simplemente se alargará hasta que por fin todo acabe.
Hoy han venido dos médicos extranjeros a verme, por lo visto mi caso ha transcendido a los medios y los laboratorios están más que intrigados.
Magnífico, una nueva patología que combatir, una nueva arma para amedrentar a los ciudadanos y hacerlos sentir síntomas que requerirán nuevas medicinas.
Al fin y al cabo, hay que mantener la economía activa, ¿no?

Querido diario...

21 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga


Hoy me he mirado al espejo. Soy gris.
En menos de una semana, no sé ni cuántos kilos puedo haber perdido. Me noto los huesos de las costillas, me clavo mis propios hombros al acostarme.
Me tienen atada a la cama, el hambre me está volviendo loca. Mi madre no deja de llorar, ahora está ahí dormida. La pobre se pasa el día ojeriza, triste, leyendo o mirando por la ventana. Y yo, sedada y atada, por si me dan de nuevo los ataques, sólo me queda perder la mirada en la blancura del techo y concentrarme en no tener hambre.
Me arde la piel, por todo el cuerpo me aparecen reacciones cutáneas como quemaduras, y las encías me duelen como el peor de los dolores de muelas.
Pero lo que más me ha impactado, ha sido cuando me he mirado al espejo en uno de mis momentos de calma. Mi cara era prácticamente gris, demacrada, mis ojos están hundidos, acuosos.
Me siento mal. Escribo, escribo y escribo como única vía de escape, de unos días fugaces que paso dormida, y unas noches eternas que paso en vela y dolorida por todas partes.
Los médicos siguen sin saber qué me pasa, a estas alturas de mi enfermedad debería estar muerta, hablando claro, y no hay mejora, no saben qué tratamiento ponerme ya.
La batalla contra lo que sea que me come por dentro está perdida desde antes de empezar, y solo pueden intentar que sea lo menos doloroso posible lo que llaman “el trance”.
No me dejan recibir visitas, y en realidad tampoco estoy segura de que pueda recibir a nadie, mi cordura aparece y se va por instantes. Pero echo de menos a mis hermanos, y a mis amigos, me gustaría ver alguna cara amable aparte de mi pobre madre, que está sufriendo tanto como yo.

Querido diario...

19 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga


Hoy ha sido peor que ayer, siento una tristeza asfixiante; la impotencia de no poder comunicarme y el hambre cada vez más agudo han hecho que pase todo el día llorando.

Está comenzando la desesperación a apoderarse de mí, cada vez me controlo menos. Hoy han tenido que sedarme y atarme a la cama, me dan unos ataques de epilepsia muy peligrosos. Estoy entubada y alimentada vía intravenosa. Pero no sirve de nada, cada hora pierdo un 28 % de glóbulos rojos y un 35% de glóbulos blancos, y un 40% de vitaminas y células, no sé por dónde, ni ellos lo saben. Simplemente se desintegran en mi sangre, los coágulos están empezando a obstruir las arterias. Me estoy llenando de mierda podrida por dentro, literalmente.
Todo esto lo sé porque los médicos hablan con mi madre al lado de mi cama cuando estoy sedada. Se supone que yo no debería estar consciente, pero lo cierto es que los calmantes solo me duermen en parte, no me hacen todo el efecto que deberían. Pero prefiero no decir nada, pues me relajan y no me atontan demasiado, pero alivian un poco el hambre que me devora por dentro.
Cuando me sueltan, me paso el tiempo en el baño.
Empiezo a pensar que mi estómago se está comiendo a sí mismo de la desesperación.
Dios mío, ¿qué me está pasando? ¿Por qué estoy tan famélica, si se supone que recibo los nutrientes necesarios por este tubito?
Escribo para no volverme loca.
En este momento debo parar, estoy volviendo a sentir ese dolor, el fuego en la piel…

Querido diario...

18 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga

Una estúpida caída, nada elegante, y una pérdida de sentido. No recuerdo nada, lo que vi al despertar fue mi habitación de hospital, donde llevo postrada dos días, según los médicos y mi madre.
Todo normal, todo lógico, estas cosas pasan.
Si no fuera porque tengo un hambre voraz, que hace arder la piel, las pupilas dilatadas, y tan solo acercar la comida a la cama me hace vomitar durante horas.
Vomitar sangre. Sangre que no puedo dejar de mirar mientras las enfermeras la limpian a toda velocidad.
No sé que me está pasando. Mi madre no se despega de mi lado, pero tampoco se acerca demasiado, el dolor hace que me ponga terriblemente violenta, y golpeo y muerdo a todo el que se me acerca. Estoy casi todo el día sedada para que los médicos puedan tratarme.
Me gustaría saber a qué tipo de tratamiento me están sometiendo, si aparentemente nadie tiene idea de mi enfermedad.
Pero nadie me contesta, es como si no me entendieran. Mi madre se pone a llorar cada vez que trato de hablar.
Ya sólo me queda escribir, en los escasos momentos en los que mi estómago parece dominar el hambre y me trae algo de paz.
No puedo comunicarme con nadie, y acabo de despertar.