Pero la realidad es tan distinta.

No hubo magia para mí, no hubo paisajes góticos ni noches de temor. No hubo adrenalina ni misterio.

Una noche me desmayé, y ahora soy lo que soy.
Un monstruo perdido y confundido.
Por primera vez, siento en cada centímetro de mi ser el significado de la verdadera soledad... y da vértigo.

Carmen

Carmen

8 nov 2010

Primera parte (2)

Di con el diario un día de mi segundo año de carrera. Eran las doce de la mañana y llevábamos diez minutos esperando que llegara el profesor, cuando alguien fue a conserjería a preguntar. Al volver e informarnos de que el profesor había faltado, recogimos nuestras carpetas y nuestros respectivos cabreos y nos fuimos cada uno donde le pareció conveniente alabando la profesionalidad de nuestra facultad. Yo me fui con un compañero a la facultad de medicina, a desayunar con otra amiga que estudiaba allí.
Cuando la conversación derivó en literatura, mi amiga, Lorena, se llamaba, me dijo:
- ¡Por cierto! Tengo un libro que seguro que te interesa, Carmen. El otro día en la biblioteca estuve buscando casos sin resolver y encontré este libro, me pareció lo suficientemente literario para ti.
Esa fue la primera vez que vi el libro, cuando Lorena lo sacó de su bolso y me lo dio. Una edición más bien pequeña que contenía una serie de casos de enfermedades muy raras y sus testimonios.
Lo miré con desconfianza.
- ¿Tú crees que me voy a poner a leer enfermedades raras, tía?- le dije entre risas-.
- No, pero mira – se puso a buscar entre las páginas – aquí.
Entonces leí las primeras frases del diario.
- ¿Me lo prestas? -.
- Claro – se reía Lorena – bueno yo no, te lo presta la biblioteca, y tienes un mes guapa, que lo he alquilado con mi tarjeta -.


Así cayó en mis manos el objeto que habría de cambiar mi vida para siempre.




La noche de aquel mismo día, metida ya en la cama, cogí el libro y empecé a echarle un ojo.
Era un gran documento sobre enfermedades que en su momento no habían sabido explicar, es decir, los detonantes y ejemplos de todas las supersticiones y leyendas.
Algunos casos los pude identificar, pues con el tiempo habían surgido más víctimas y al final se podía decir que eran enfermedades conocidas.
Pero algunos otros, como el de mi pequeña desesperada, no habían podido solucionarse jamás.
Me leí todo el capítulo esa noche, y cuando cerré el libro, me sentí completamente fuera de lugar.
Algo había cambiado, estaba en el aire. En alguna parte, una pluma comenzaba a escribir rápidamente otro destino que no estaba previsto para mí.
Casi pude visualizar la tinta rasgando el papel de mi vida, la arena secando un sino que aún no podía adivinar.
Pero sí, sabía que algo había cambiado. Y no estaba equivocada.
Durante los siguientes días apenas podía pensar en otra cosa, la pequeña enferma me había atrapado, quería saber más, quería saber qué fue de ella, si se curó, si murió, si lograron averiguar qué dolencia tenía.
Quizá mi empatía con esa joven tenía mucho que ver con mis propias experiencias. No he tenido un pasado precisamente tranquilo; mi padre es un hombre bastante simple, tranquilo, trabajador, un poco mediocre; mi madre desapareció cuando yo tenía 15 años y no me apetece mucho hablar de ese tema.
No tengo hermanos. Ni mascotas. He estado bastante sola toda mi vida y la verdad es que una se acostumbra, aprendí muy joven que la compañía siempre es temporal y que no por eso la tenía que disfrutar menos.
En definitiva, siempre me he ocupado de mis problemas de personalidad antes que de los exteriores, y cuando los exteriores han sido jodidos de verdad, mi personalidad estaba preparada para ellos.
Por esa soledad crónica que reina en mi subconsciente -incluso cuando estoy acompañada- creo que me gustaba especialmente este caso.
Sentía todo ese dolor, ese aislamiento total, como un recuerdo propio. Pronto se convirtió en tal, de tanto leerlo.

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