19 de abril de 1992
Hospital Civil de Málaga
Hoy ha sido peor que ayer, siento una tristeza asfixiante; la impotencia de no poder comunicarme y el hambre cada vez más agudo han hecho que pase todo el día llorando.
Está comenzando la desesperación a apoderarse de mí, cada vez me controlo menos. Hoy han tenido que sedarme y atarme a la cama, me dan unos ataques de epilepsia muy peligrosos. Estoy entubada y alimentada vía intravenosa. Pero no sirve de nada, cada hora pierdo un 28 % de glóbulos rojos y un 35% de glóbulos blancos, y un 40% de vitaminas y células, no sé por dónde, ni ellos lo saben. Simplemente se desintegran en mi sangre, los coágulos están empezando a obstruir las arterias. Me estoy llenando de mierda podrida por dentro, literalmente.
Todo esto lo sé porque los médicos hablan con mi madre al lado de mi cama cuando estoy sedada. Se supone que yo no debería estar consciente, pero lo cierto es que los calmantes solo me duermen en parte, no me hacen todo el efecto que deberían. Pero prefiero no decir nada, pues me relajan y no me atontan demasiado, pero alivian un poco el hambre que me devora por dentro.
Cuando me sueltan, me paso el tiempo en el baño.
Empiezo a pensar que mi estómago se está comiendo a sí mismo de la desesperación.
Dios mío, ¿qué me está pasando? ¿Por qué estoy tan famélica, si se supone que recibo los nutrientes necesarios por este tubito?
Escribo para no volverme loca.
En este momento debo parar, estoy volviendo a sentir ese dolor, el fuego en la piel…
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